Fragmento de “Gratitud de coyote”. En: Cuentos famosos de árboles fabulosos y animales enojosos

"Camino hacia Palo Ancho, California, donde quedaba su rancho y lo aguardaba su familia, Manolo se encontró con un coyote que desde la vera del camino le hacía unas señas apuradas y extrañas, pidiéndole que se acercara. Consternado, Manolo pensó que se había vuelto loco. Todo el día lo había pasado cogiendo tomates en uno de los campos vecinos, al rayo de un sol canicular, y mientras iba de un surco al otro había consumido mucho vino agrio y barato, de modo que al concluir la jornada unas fuertes punzadas le aguijoneaban el cerebro. Señalándose, le preguntó al coyote si se refería a él, y cuando el animalito, subiendo y bajando la cabeza, le dijo que sí, no le quedó duda alguna de su trastorno mental. Sintió deseos de correr, de gritar, de implorar auxilio, pero el coyote, fruncido el hocico en una mueca de súplica, los ojos saltándole de las órbitas, continuaba pidiéndole que se acercara. Manolo era un campesino alto, espigado, al que no le sobraba una gota de grasa en ninguna parte del cuerpo, porque toda la consumía trabajando de sol a sol para sostener a su mujer y a sus siete hijos. Ellos cuidaban la huerta familiar que poseía en Palo Ancho, mientras él se alquilaba de peón. Hombre recio y esforzado, Manolo tenía mano dura. En el pueblo se temía la fuerza de su brazo y se le contaba por bravo, pues cada que se pasaba de tragos terminaba dando trompadas. Un bravo así, sin embargo, tembló ante la repentina visión del coyote llamándolo. Se dice que el terror adelgaza. Nuestro campesino percibió que los pantalones se le escurrían nalga abajo, y se agarró el cinturón para impedir que cayeran."